jueves, 23 de julio de 2020

¡Bienvenidos a la Hermandad de la Uva!

¡Bienvenidos a la Hermandad de la Uva! Sentaos, por favor. Cualquier sitio es bueno, conque podáis escuchar bien esta historia, y cuente con una mesa firme y estable en la que posar vuestra copa de Angelo Musso. Esta hermandad no tiene normas, al menos no unas que sean especialmente estrictas. Basta con no ser nativo de este país, o lo que es lo mismo, que tu familia sea inmigrante. De Europa, a ser posible. Y si es Italia, Polonia o un país del Este decente, nos vale. ¿De dónde dices? Perdona, mi oído me chirría más que una cascarria de feria. Ah, vale, de España. ¿Los aceptamos? Muy bien. Podéis sentaros. Eso sí, espero que os guste el vino. En este pueblo nos surten los viñedos del buen Angelo Musso. Es un hombre tranquilo, disfruta de la soledad de sus tierras, y de los cachetazos furtivos que le propina en el pandero a la muchacha que cuida de él. Es mudo, y no te creas que no se queja. Es tozudo, como todos los que se han ganado la vida con trabajo. Un buen hombre ha de serlo. En fin. Te traigo una copa, ¿no? Y mientras te voy contando de qué va todo esto.

John Fante fue un escritor estadounidense de los de pura cepa, es decir, de los que habían nacido en una familia extranjera. Su padre era de los Abruzzos, una zona montañosa del sur de Italia. Allí el terreno era tan árido como las personas, y el padre de John no iba a ser menos. Era obrero, y tragaba vino con más asiduidad que su propia saliva. Un borracho, pero bueno de corazón. La madre también era de ascendencia italiana, pero se había criado en los Estados Unidos. Y de esta unión matrimonial salió un John que sería el primero de cuatro hermanos. Le costó abrirse hueco en el mundo de la literatura. Más teniendo en cuenta que su padre era albañil, y denostaba cualquier trabajo que se alejara del sudor y el esfuerzo, y tuviera que llevarse a cabo sentado en una silla. Como se os ve en la cara, me atreveré a asumir que a vosotros os gustan los escritores ácidos, sarcásticos e irreverentes, de esos que no tienen pelos en la lengua, y no se cortan en contar partes de su vida privada. John Fante plasmó con exquisita dedicación retazos de su vida, que iba adornando con hechos ficticios. Su serie más famosa, la saga de Arturo Bandini, es la que le dio la fama. Pregúntale al polvo, en concreto, fue el que le deparó unas críticas más notorias. Trata sobre los comienzos de Arturo Bandini. Cómo abandona el seno familiar, y decide irse a Hollywood, a probar suerte escribiendo para revistas. En ese trasiego, se enamora de una mujer que no lo corresponde, y la desdicha platónica, se una al fracaso literario. Es una historia cojonuda, de verdad. Os la recomiendo, a vosotros que se os ve de los que queréis comeros el mundo. Pero no estoy aquí para hablaros de esas novelas. Estoy aquí para hablaros de La Hermandad de la Uva. La mejor, en mi opinión. 

En ella, John narra la vida familiar que tuvo que soportar. Un padre emigrante, nostálgico por sus tierras escarpadas; los Abruzzos italianos. Dipsomaníaco, dado al despilfarro en el único bar del pueblo, y a montar escándalos cuando iba más borracho que una cuba, que solía ser muy a menudo. Esta me gusta en especial, porque se ve que casi todo lo que sucede en ella está basado en vivencias reales, y el pobre de John no lo tuvo que pasar muy bien. Su madre era una mujer cristiana hasta la médula, de esas que creían que todo podía solucionarse con rezos, y una buena comida. En el manuscrito también son cuatro hermanos, y cuenta cómo uno de ellos, el alter ego de John Fante, escritor también, ha de volver a casa de sus padres cuando estos van a separarse. Sus tres hermanos le dicen que él es el mayor y, por tanto, el que tiene el problema. Los otros; un empleado del banco que ve cómo su puesto se tambalea por la bochornosa reputación de su padre, luego una hija que vive en la casa de al lado, casada y desentendida de los asuntos familiares porque tiene su propia familia, y por último un hijo cuyo sueño vio echado por tierra cuando un equipo de béisbol quería ficharlo para jugar en la liga profesional, pero que no pudo al encontrarse una resistencia feroz del padre a firmar los papeles. Estos tres hermanos, resentidos e implacables, obligan al hermano mayor, escritor, a volver a casa. Una vez llega, sus padres se reconcilian, y le invitan a pasar unos días con ellos. Ahí el protagonista se da cuenta de que todo era una artimaña para que volviera. Y es que su padre, maestro de construcción, tiene un trabajillo chanchullero con un hombre que quiere construir una cámara de ahumar en su hotel. El padre está viejo, jubilado y exhausto, y necesita a alguien más joven para cargar las piedras. Es como un perro derrengado que mueve la cola cuando ve que alguien sale a la calle, pero no hace amago de levantarse del suelo para seguirlo porque su energía se secó hace tiempo. Al final el hijo accede, y se embarca en una aventura de acercamiento, comprensión y reconciliación, que acaba de forma abrupta, pero cuyo final tiene muchísimo significado oculto. Me gustaría comentároslo, pero sé que perderíais el interés si lo supierais, y por eso mantendré mi bocaza cerrada. 

Para terminar, deberíais saber cómo acabó el pobre John Fante. No alcanzó la fama que se merecía mientras vivía. Tenía diabetes, igual que su padre de la ficción en la Hermandad de la Uva, y por ello, tuvieron que amputarle ambas piernas. Al final de su vida perdió la vista. Tullido y ciego, compuso su última obra en su cabeza, y se la fue dictando a su mujer. Tan magistral era su virtud, que no necesitaba más que de su mente para crear algo fantástico. Murió sin reconocimiento, y a posteriori, gracias a Charles Bukowski, el cual admitió que su gran inspiración había sido John Fante, comenzó a adquirir la fama que se merecía. Es una lección que todos vosotros, jóvenes alocados, orgullosos e ignorantes, debéis grabaros a fuego en la cabeza. Hacer las cosas bien, tener talento, y destacar, son cosas que no siempre van de la mano. Así que no cejéis en vuestro empeño, y seguid con lo que os propongáis. Mientras haya una buena copa de Angelo Musso, y sepáis apartar a los bribones que vienen a chuparos la sangre, estaréis bien. Marchaos ya. Yo me quedo aquí. Este es mi lugar.     

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