viernes, 26 de junio de 2020

Vladimir Nabokov; una maestría de la mano de las nínfulas.

Nacido en San Petersburgo, exiliado de Rusia por el bolchevismo, y de Alemania y Francia por el nazismo, fue a parar a los Estados Unidos, donde no permaneció mucho más tiempo del que había pasado dando bandazos por el Viejo Continente. Vladimir Nabokov fue uno de esos genios del Siglo XX que se vio zarandeado por los azares de un mundo que saltaba por los aires, y en el que el olor a pólvora, a desidia y muerte, se entremezclaba con el surgimiento de un tipo de pensador que rechazaba la realidad, y prefería encerrarse en su despedazado mundo interior. En muchas ocasiones, me he parado a pensar por qué razón los escritores del siglo XX son considerados como los mejores de todos los tiempos; ¡¿Qué fue lo que liberó, o incluso desencadenó, tanta creatividad, y tan magnífica?! Y la respuesta es bien sencilla; se vieron obligados a vivir en un mundo que se autodestruía por el odio, el poder, y una cada vez más clara tendencia al terror y la marginación, generando un caldo de cultivo de agonía cuyo tufo se expandió por todos los rincones de Europa. Perdonad por esta pequeña disertación, ya me centro en el tema. 

Vladimir Nabokov creció en una familia aristocrática rusa y, por ende, aprendió a hablar varios idiomas; su lengua natal, el ruso, el francés, idioma de los intelectuales de la época, y el inglés, el idioma de Shakespeare, cuya obra ya había leído en su totalidad a los quince años. Como ya he mencionado más arriba, se pasó toda su juventud huyendo de la persecución política, y de la guadaña afilada con la que el fascismo segó el mundo. A salvo en Estados Unidos, tomó a las palabras como su patria auténtica, y adoptó el inglés como idioma oficial de su nuevo país metafísico. Este hecho propició que muchos coetáneos lo comparasen con Joseph Conrad, autor que renunció a su lengua materna, el polaco, a favor del inglés. A Nabokov esta comparación no le agradó en absoluto, ya que detestaba no a Conrad en sí, sino a cualquier forma de clasificación en lotes, o agrupamientos forzosos de individuos que no tenían nada que ver. En su novela Risa en la Oscuridad, el personaje principal, Albinus, se topa con un escritor infeliz llamado Udo Conrad, y del que dice que aborrece el sonido del tic-tac, y tiene buena mano con las plantas, en una especie de homenaje póstumo de la figura de un Conrad esquivo, huraño y solitario, que se decantó por la naturaleza, antes que por la modernización que trajo consigo el vapor. Una vez más me he perdido en mis divagaciones, habrás de perdonarme, pues soy algo proclive a ellas. Ya me irás conociendo. 

¿Por dónde iba? Ah, ya, estaba introduciéndote a mi querido Nabokov. He tenido la desfachatez y osadía de lanzarme a escribir un artículo sobre él habiéndome leído solo tres novelas suyas; Lolita, Ada o el Ardor, y Risa en la Oscuridad. Sin embargo, y aunque prefiero huir de las generalidades, hay una línea que enhebra los hilachos de toda su producción; la presencia de adolescentes que trastocan significativamente el rumbo de los acontecimientos, para bien, o para mal. Lolita es su obra insigne, su creación más conspicua, y la que le deparó más fama de todas. En ella, narra la atribulada vida de un hombre, Humbert Humbert, que no termina de amoldarse a la mísera desdicha vivencial que le ofrece Europa. Por ello, hace su maleta y “cruza el charco”, para ir a parar a Estados Unidos. Su casera, una solterona por la que no siente ningún tipo de interés, y a la que le ha causado una gran impresión, sobre todo al saber que es profesor, y está soltero, omite un dato crucial para Humbert; tiene una hija adolescente, de trece años, llamada Lolita. Humbert la ve tomando el sol en el jardín de la casa, y se siente raptado por un deseo inefable y sin parangón hacia ella; una atracción que desarma todos los pretextos que se había inventado para excusarse de esa terrible necesidad de poseer a muchachas y dar rienda suelta a sus instintos más perversos y lujuriosos. Humbert se queda con la habitación que le ofrece la mujer, ajena al encantamiento que su hija ha obrado sobre él, y le brinda las mejores atenciones, con la intención de conquistarlo, si acaso éste no es el motivo que hace que ignore los coqueteos que su hija también le dispensa al nuevo inquilino. Humbert, para asegurarse el seguir teniendo acceso a la nínfula que ha encontrado, decide casarse con la mujer, y convertirse en el padrastro de la niña. No entraré en muchos detalles por no fastidiaros una historia cuanto menos audaz e incómodamente erótica. La madre muere en un accidente de coche, y Humbert, va a buscar a la niña a un campamento de verano al que la había mandado la madre. Sus planes, por el contrario, distan mucho de las formalidades paternofiliales, y aprovecha la aparente rebeldía de Lolita, para fugarse con ella, y hacer un viaje en coche por los Estados Unidos. La niña, que en un principio había disfrutado de ese juego de provocación que despertaba en su padrastro, se va dando cuenta del lío en que se ha metido, y urdirá triquiñuelas para poder escapar de su captor. Hay que tener en cuenta que Vladimir Nabokov era un ruso nacionalizado americano, en 1955, en plena Guerra Fría, en una sociedad de moral intachable, y en cuya novela el protagonista, Humbert, era un abominable pedófilo. Es necesario recordar estos datos mientras se leen esas páginas tan magistralmente escritas. 

En Ada o el Ardor, novela mucho más meditada, apacible e intelectualmente rompedora, los dos protagonistas, primos de una familia ricachona rusa afincada en Estados Unidos, transforman sus aburridos veranos en la casa de verano, en un idilio romántico; una relación incestuosa entre bosques y habitaciones cerradas con llave. Aunque los dos protagonistas sean adolescentes más o menos de la misma edad, y su aberración sexual responda a su calidad de primos (siendo en realidad hermanos, hecho que se descubre en las primeras páginas de la novela), y no a la de pedofilia, sí que es cierto que los componentes sexuales prepubescentes de la novela son notorios, y en muchas ocasiones las descripciones son rayanas a la inmoralidad. En esta novela, Nabokov saca a relucir su otra gran pasión aparte de la literatura; la entomología, y más en concreto, el estudio de las mariposas. Ciertamente una novela compleja, con una riqueza expresiva descomunal, y una imaginación desbordante, que deslumbrará a los que se atrevan a echarle el ojo. 

La otra gran novela, Risa en la Oscuridad, es más temprana, escrita en los años treinta, cuando aún vive en Alemania. Se puede apreciar en toda la historia que aquel Nabokov era distinto al que prodigaría su virtuosismo en USA. La historia cuenta la vida de un especialista en arte, coleccionista e intelectual, enamorado de la belleza que narran esos lienzos que capturan la esencia de la vida, y la emoción de lo efímero. Albinus, que así se llama el protagonista, casado y con hija, conoce un día a una mujer enigmática; Margot, de la que se enamora tan perdidamente como de las obras con las que se gana la vida. Tampoco quiero meterme mucho en la historia, pero sí que remarcaré que Albinus es un adulto con la vida resuelta, y Margot una adolescente de dieciséis años; una vez más, una nínfula en los albores de la madurez. 

Con tres novelas leídas y analizadas, en las que las adolescentes juegan papeles tan trascendentales como para dislocar la vida del protagonista hasta el extremo, me gustaría hacer alusión a un hecho que no ha de pasarse por alto; Nabokov leyó de adolescente la obra completa de Shakespeare, autor cuyas creaciones estuvieron muy influenciadas por dos factores; el romanticismo, y un destino empeñado en truncar la felicidad que se procuraban para sí mismos los protagonistas. Y si te paras a pensar un poco sobre la obra de Nabokov, te das cuenta que estos dos componentes, el del romanticismo, y el destino arbitrario y caprichoso, juegan un papel fundamental en sus historias. Tanto en Lolita, como en Ada o el Ardor, y Risa en la Oscuridad, los personajes se ven arrastrados por unos impulsos insoslayables, difíciles de contener, y que los empujan a un abismo del que son conscientes. ¿Y por qué, en ese caso, lo mancilla bajo la sombra de la pedofilia? Quizá sea por todo lo que sucedió en Europa en el siglo XX, y que alteró directa o indirectamente, las mentes de los que encontraron un escape en la escritura. Algo tan bello como el amor, y el destino shakesperianos, imitado por una suerte de espejismo esperpéntico, una versión deforme y perversa producto de las guerras, y las desgracias que trae consigo.

Por mi parte esto es todo. Si sabéis algo de Nabokov que queráis compartir, podéis hacerlo en los comentarios de más abajo. O si lo acabáis de descubrir, os lo recomiendo encarecidamente. Lolita es la obra que os aconsejo para adentraros en su mundo de quimeras frágil y abusivo. 

Nada más amigos. Que paséis un buen fin de semana.

Guillermo Ortiz Higueras   


2 comentarios:

  1. Oye pues no conocía la vida de este hombre, pero me parece muy interesante su vida y sus decisiones en ese tiempo tan convulso y el enfoque que le dio a su literatura. Yo solo he leído Lolita y me parece un libro fascinante, además el narrador y protagonista tiene un toque muy perverso (con su gusto por las niñas) que consigue envolverte con su inteligencia mientras intenta convencer de sus gustos. Me apunto la de Ada y el Ardor, que tiene una pinta que te cagas! Sigue escribiendo!

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    1. Gracias por tu comentario! Este hombre tuvo una vida apasionante. Tengo en mente escribir sobre el por qué de la grandeza literaria del siglo XX... Tiene mucha enjundia. Me alegra saber que ya lo conoces, y que te entren ganas de seguir leyendo cosas suyas.. Espero lo disfrutes.

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